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Seguramente hayas oído hablar de la asertividad en alguna que otra ocasión, sin llegar a comprender exactamente en qué consiste dicho término. Si acudimos a la RAE, nos encontramos con una definición que indica que ser asertivos es sinónimo de expresar nuestra opinión de manera firme, pero muchas veces tendemos a asociar la firmeza con la agresividad. Es fácil creer que la asertividad puede ser propia de personas bordes, egoístas o incluso maleducadas si nos dejamos guiar por esta primera impresión. Sin embargo, no hay nada más lejos de la realidad. En la comunicación (tanto a nivel oral como por escrito, y también en lo que se refiere al uso del lenguaje corporal), se distinguen tres formas predominantes de interactuar: la agresiva, la pasiva y la asertiva. Y precisamente es esta última la que los psicólogos recomendamos como la opción ideal, ya que podríamos decir que supone el equilibro perfecto entre las otras dos modalidades. Veamos en qué consiste cada una de ellas a partir del siguiente ejemplo:

Vamos a imaginar que un buen amigo nos invita a acudir a su fiesta de cumpleaños de una manera muy cariñosa y efusiva, casi rogándonos nuestra confirmación inmediata. Nunca le hemos fallado, y siempre hemos asistido a sus celebraciones, año tras año, pero en esta ocasión nos va a ser imposible acudir. Ya tenemos otros compromisos. Además, aunque tuviéramos la agenda libre para ese día, vamos a suponer que a nuestro amigo se le antojara festejar que ya es un año más mayor haciendo algo que a él le puede parecer súper apasionante (como cruzar un abismo empleando una tirolina, practicar paracaidismo o escalar una montaña), pero que a nosotros no nos motiva en absoluto (por vértigo, problemas cervicales, etc.). ¿Qué podríamos hacer?

A) Actuar de forma agresiva: si optáramos por esta alternativa, probablemente se nos ocurriría soltarle a nuestro amigo algo como esto: «¡Tío, tú estás loco si piensas que voy a ir a tu cumple! ¿Tengo yo cara de querer acabar en el hospital? ¡Anda y despéñate tú solo! Además, que yo ya tenía planes para ese día, así que paso de ir. Igual hasta lo has hecho aposta para librarte de mí». Como podemos apreciar, para ser agresivos con alguien a quien queremos, no es necesario insultarle, pegarle ni levantarle la voz. Muchas veces la agresividad se halla en ese exceso de confianza que nos tomamos a menudo con quienes nos rodean, y que puede llevarnos a situaciones en las que, aun creyendo que estamos siendo simplemente sinceros e incluso algo chistosos, en realidad podemos estar hiriendo los sentimientos de la otra persona, criticando sin piedad sus decisiones o posibilitando que se sienta culpable por haber ideado un determinado plan guiándose por sus propios gustos. Si pensabas que la asertividad era más o menos así, vas a ver que no se le parece en nada.

B) Actuar de forma pasiva: si nos decidiéramos por este estilo comunicativo, lo más probable es que empezáramos a titubear y que finalmente acabáramos cediendo. Nuestra respuesta podría ser semejante a esta: «Es que…, no sé. No quiero que te enfades conmigo, pero me da mucho miedo tu fiesta. No me gusta el campo ni la aventura, así que no sé qué hacer. Y la fecha que has escogido me viene fatal, ¿sabes? Resulta que ya tenía otros planes en mente. Tendría que cambiarlos a toda prisa». Aunque aparentemente este comportamiento podría estar más cerca de la asertividad que de la agresividad, si no le añadimos ese toque de firmeza del que nos habla el diccionario, nuestro amigo insistiría e insistiría hasta que al fin le dijéramos lo que quiere oír, que sería algo como esto: «Venga, vale… Iré a tu cumple. Ya no me lo vuelvas a pedir», pues no lograríamos sobrellevar el sentimiento de culpa que nos vendría provocado por el hecho de ver a nuestro colega diciéndonos lo importante que es nuestra compañía para él, sabiendo que le tenemos que privar de la ilusión de estar juntos en un día tan señalado, por lo que preferiríamos pasarlo mal antes que darle tal chasco. En cualquier caso, lo que se suele esconder tras este tipo de comportamiento pasivo y complaciente, no es otra cosa sino el miedo. Miedo a que de repente nuestro amigo se enfade, miedo a que ya no le caigamos tan bien o a que le importemos menos, miedo a que no comprenda nuestros motivos para decirle que no en un momento dado, etc. Y ese tipo de miedos nos demuestran que nos falta seguridad y confianza (tanto en nosotros mismos como en quienes nos rodean). Eso, y no ninguna otra cosa, es la ausencia de asertividad, y guarda relación con los niveles de autoestima.

C) Actuar de forma asertiva: ahora sí, ya hemos llegado al Santo Grial de los estilos comunicativos. He aquí la mejor y más beneficiosa de las tres opciones que estamos analizando. Veamos cómo sería una respuesta basada en esta clase de réplica (a medio camino entre la pasividad y la agresividad): «Permíteme que te felicite por haber organizado para tu cumpleaños unas actividades tan interesantes. Seguro que vas a disfrutar de tu día un montón. Sin embargo, este año me vas a tener que disculpar, pero no voy a poder asistir. Ya tenía otros compromisos a los que no me gustaría renunciar y, por otra parte, pese a que entiendo que tú vas a pasártelo en grande con todo lo que has previsto, ese tipo de aventuras a mí me aterrorizan, de modo que prefiero estar ausente antes que aguarte la fiesta. En cualquier caso, te compraré un regalo, como cada año, y espero poder dártelo la siguiente vez que quedemos para tomar algo».

Está claro que, con este prototipo de explicación, estamos siendo cordiales pero firmes al mismo tiempo. No se trata de mentir ni de inventar excusas, sino simplemente de expresar la decisión que hemos tomado en base a nuestras circunstancias y/o preferencias respetando, al mismo tiempo, los gustos o ideas de la otra parte. Si realmente nuestro amigo es una persona que nos quiere adecuadamente, tratará de comprendernos y aceptará nuestro criterio, sin desconfiar de nuestra palabra y sin perjuicio de que pueda deteriorarse la relación entre ambos. En cualquier caso, si esto llegara a suceder, tenemos que aprender a diferenciar aquellos eventos sobre los que tenemos un auténtico control de aquellos otros sobre los que creemos (no siendo cierto) que también lo tenemos, tratándose, por tanto, un falso control, que puede propiciar en nosotros una conducta pasiva o de evitación con cierta facilidad. Trataremos este tema más a fondo en el próximo artículo.

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Macarena Pinedo López, escritora y psicóloga colegiada (CM03154).

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Soy Macarena Pinedo López, psicóloga y escritora.

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