¿Quién no ha escuchado alguna vez aquello de “Fallas más que una escopeta de feria”? Esta frase se emplea para describir situaciones en las que los pronósticos o expectativas que tenemos no llegan a cumplirse, y muchas veces nos la repetimos como un mantra, con el consecuente bajón de autoestima que ello conlleva. Mas…, ¡no solo eso! Lo peor es que, en ocasiones, esa sentencia ya está instalada en nuestra mente antes de ponernos a prueba.

Esta vez quiero compartir con vosotr@s algo que presencié el otro día, y que considero que viene a ilustrar perfectamente los procesos cognitivos que se ponen en marcha cuando alguien decide dejar atrás el “yo no puedo”, y se lanza a hacer aquello para lo que se creía un zoquete:

Era viernes noche, y una mujer rural de 70 años, ama de casa y desconocedora de la palabra smartphone, se detuvo frente a una caseta de tiro en la feria de la capital de su provincia. Observó discretamente desde la distancia cómo sus familiares se lo pasaban en grande disparando corchos a los llaveros que querían obtener, pero ella no ofreció ninguna muestra que evidenciara que quisiera sumarse a ellos. Entonces, su hija le preguntó por qué no se animaba a intentarlo, y su madre le respondió que si probaba a tirar, lo único que conseguiría sería perder el dinero de la partida, pues se mostraba plenamente segura de que no iba a acertar ni un solo disparo.

La joven quiso saber, pues, si su progenitora había practicado ese divertido juego anteriormente, y la buena señora, entre risas, le aseguró que no. «Entonces… replicó la muchacha, ¿cómo tienes tan claro que se te va a dar tan mal?», a lo que la mujer contestó «Porque soy ya muy mayor». En ese instante, su hija concentró todo su empeño en convencer a su madre de que debía intentarlo, y le explicó que muchas veces los prejuicios siembran temores en nosotr@s, y después esos temores se convierten en mensajes negativos que nos llevan a conclusiones equivocadas. Esta ama de casa, después de escucharla, decidió finalmente animarse a poner la escopeta sobre su hombro, y a probar su puntería. Con el primer disparo derribó un bonito llavero. La sonrisa de la septuagenaria iluminó todo el recinto ferial. “La suerte del principiante”, se dijo, y se dispuso a pegar otro tiro, sin demasiada confianza en sí misma. Otro llavero fue impactado por el corcho que lanzó la susodicha a golpe de gatillo. Y tras ese vino otro, ¡y otro más! La gente la miraba con asombro. Nadie podía creerse que una “abuelita” estuviera haciendo pleno con una de esas escopetas que tan mala fama tienen.

Cuando terminó su partida, el dueño de la caseta le dejó escoger amablemente algunos peluches que allí tenía a cambio de recuperar parte de los llaveros que había volcado. La mujer no cabía en sí del gozo. Aquellos muñecos no eran demasiado valiosos; probablemente ni siquiera llegasen a costar ni la mitad de lo que ella había pagado por sus disparos. Sin embargo, su felicidad podía explicarse por algo mucho más valioso: su autoestima había pasado de cero a cien en cuestión de minutos, pues acababa de descubrir de primera mano a sus 70 años que era una excelente tiradora.

Más tarde acudió a otra caseta de las mismas características, y en esta ocasión no logró una marca tan destacada, pero una vez más demostró que estaba a la altura del resto de aficionados que se hallaban junto a ella probando suerte. “¡Aquí tienen las escopetas trucadas!”, gritó un hombre al que se le estaba dando la cosa bastante peor que a ella, y tal vez tuviera razón, pero la presunta desviación de tales armas de juguete, en cualquier caso, hubiera afectado a ambos de manera similar a la hora de afinar su puntería.

Así pues, la “Yaya Terminator” no cayó en el error de restarse mérito, y se sintió a gusto con la puntuación algo más modesta que alcanzó en ese otro puesto del ferial en el que la gente no parecía estar obteniendo casi ningún tipo de premio. Tomó los llaveros logrados y siguió disfrutando de la noche en compañía de su familia, dejando atrás para siempre la creencia de no estar capacitada para rivalizar con las personas de menor edad o de distinto sexo.

Ahora os revelaré un secreto: esa talentosa ama de casa es mi madre, y yo fui la hija que la animó a vencer su miedo al fracaso o al ridículo. Me siento inmensamente orgullosa de su hazaña, y por ese motivo he querido hacerle un pequeño homenaje con este artículo en mi blog.

Me pregunto, no obstante, qué hubiera pasado en caso de habernos detenido primero en esa segunda caseta en la que era más sencillo errar el tiro que acertarlo. Muy probablemente, la creencia original de mi madre se hubiese confirmado, y quizás eso la hubiera llevado a querer abstenerse de probar suerte en otros puestos. A esto en Psicología se le denomina efecto de la “Profecía Autocumplida”, y es uno de los fenómenos que más duramente golpean la autoestima, impidiéndonos crecer como personas, e imposibilitando fijarnos nuevas metas y objetivos.

Así que…, si sientes que puedes estar siendo un rehén de los límites poco fundamentados que tú mism@ te pones, pero deseas que esto cambie para comenzar a tener mayor fe en ti, te animo a seguir navegando por mi página web y a concertar conmigo una primera sesión online totalmente gratuita. En ella podrás comentarme tranquilamente el motivo de tu consulta sin ninguna clase de compromiso, y exteriorizar al fin todas esas preocupaciones que te quitan el sueño.

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Macarena Pinedo López

(Escritora y psicóloga colegiada con el núm. CM- 03154)

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